En esta vorágine en la que nos sumerge la sociedad, se nos bombardea constantemente con la idea de perseguir nuestros sueños, de luchar incansablemente por alcanzar nuestras metas. Nos dicen que si trabajamos lo suficientemente duro, si nos esforzamos lo bastante, podremos lograr cualquier cosa. Pero, ¿qué pasa cuando esos sueños parecen inalcanzables? ¿Cuándo la realidad se interpone en nuestro camino de manera abrumadora?

Como defensora de la búsqueda de la felicidad por encima de todo, me veo en la obligación de alzar la voz y decir que ser feliz no es simplemente importante, es vital. Es vital para nuestra salud mental, para nuestra calidad de vida y para nuestra propia supervivencia en un mundo cada vez más hostil y despiadado.

No obstante, también debemos ser conscientes de que la sociedad en la que vivimos no siempre facilita la consecución de la felicidad. El sistema en el que estamos inmersos, dominado por los poderosos, las empresas y el capitalismo voraz, nos impone una serie de expectativas y normas que muchas veces son inalcanzables. Nos venden la idea de que el éxito y la felicidad van de la mano con el consumo desenfrenado, con la acumulación de riquezas materiales y con la constante competencia con nuestros semejantes.

Pero la realidad es que esta búsqueda obsesiva de la felicidad a través del consumo y del éxito material solo nos lleva a un callejón sin salida. Nos sumerge en una espiral de insatisfacción constante, en la que nunca nos sentimos suficientemente realizados. Nos hace olvidar lo que realmente importa: los pequeños momentos de alegría, la conexión con los demás, el amor y la empatía.

Por ello, es fundamental redefinir el concepto de éxito y de felicidad. Debemos aprender a valorar las cosas simples de la vida, a disfrutar del presente sin obsesionarnos con un futuro incierto. Debemos reconocer que, aunque luchemos con todas nuestras fuerzas por nuestros sueños, a veces las circunstancias externas escapan a nuestro control. Y está bien aceptarlo.

No se trata de rendirse, sino de ser realistas. De entender que la vida está llena de obstáculos y que no siempre podemos alcanzar lo que deseamos. Pero también de encontrar la felicidad en el camino, de aprender a disfrutar del viaje sin obsesionarnos con el destino final.

En definitiva, ser feliz no es una opción, es una necesidad. Es el motor que nos impulsa a seguir adelante incluso en los momentos más oscuros. Y aunque el camino hacia la felicidad pueda ser difícil, merece la pena luchar por ella. Porque al final del día, lo único que realmente importa es la búsqueda constante de la alegría y el amor en nuestras vidas.

Por Invitado

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