- Tus libros combinan lo personal con lo terapéutico. ¿Alguna vez te has sentido expuesta por mostrar tanto de ti o siempre lo has vivido como un acto de libertad?
He sentido ambas cosas. Mostrar mi historia, mis heridas y mi proceso de sanación es profundamente liberador, pero no siempre es fácil. A veces, el miedo al juicio aparece. Sin embargo, el impulso de acompañar a otras personas en su camino pesa más. Escribo para sanar, pero también para tender puentes. Al compartir mi verdad, no solo me libero yo, sino que abro una puerta a que otras también se reconozcan y se abracen con compasión.
- Has vivido en carne propia muchas de las presiones que denuncias en el libro. ¿Cómo te protegiste emocionalmente mientras escribías y revivías esas experiencias?
Escribir sobre experiencias tan íntimas y dolorosas requiere mucha conciencia… y también mucho amor hacia una misma. Por eso, antes de sentarme a escribir, me regalo un espacio de conexión profunda. He creado un pequeño ritual que me sostiene: enciendo una vela, elijo una música que me arrope, medito unos minutos para centrarme. Solo entonces abro el cuaderno o el ordenador. Necesito sentir que mi cuerpo, mi mente y mi alma están listas para abrir esa puerta con respeto y cuidado.
- En el libro hablas de reconciliación con el cuerpo. ¿Qué significa para ti exactamente “reconciliarse”? ¿Es un punto de llegada o un proceso constante?
Reconciliarse es volver a habitarse, dejar de pelearse con una misma. Es mirar al cuerpo con respeto, con agradecimiento, incluso con compasión. Para mí, no es un destino al que se llega y ya está. Es una relación viva, como cualquier otra: hay días fáciles y otros no tanto. Pero cuando cultivas el amor propio, cada paso es una forma de volver a casa.
- ¿Qué papel ha jugado el teatro —otra de tus pasiones— en tu camino de autoconocimiento y aceptación? ¿Crees que también ha influido en tu forma de escribir?
El teatro ha sido clave. Subirme a un escenario fue una forma de vencer la vergüenza, de explorarme desde otros personajes y emociones. Me enseñó a escuchar el cuerpo, a expresar lo que antes callaba, a reconocerme desde otros ángulos. Y sí, sin duda ha influido en mi escritura: me ha dado ritmo, presencia, y una conexión más visceral con lo que narro. También me ha dado el valor de mostrarme sin máscaras.
- En un mundo que nos bombardea con “deberías” sobre el cuerpo, ¿qué tipo de mensajes crees que necesitan escuchar hoy las niñas y adolescentes?
Necesitan escuchar que no existe un único cuerpo válido. Que su valor no se mide en kilos ni se define por una talla. Que son mucho más que una apariencia. Necesitan referentes reales, voces que hablen de diversidad, autenticidad y amor propio. Y, sobre todo, necesitan adultos emocionalmente disponibles que las acompañen con presencia, escucha profunda y un cuidado genuino que sostenga, inspire y no juzgue.
- ¿Has recibido mensajes de lectoras que se hayan sentido reflejadas en tu historia? ¿Hay alguna reacción que te haya conmovido especialmente?
Sí, y esos mensajes son el verdadero motor de todo esto. He recibido muchos, y cada uno me confirma que valió la pena desnudarme emocionalmente en estas páginas. Algunas lectoras me han dicho: “Por fin un libro que nos representa a todas”, y ese “todas” tiene un peso inmenso. Me conmueve profundamente saber que lo que escribí desde mi vivencia personal resuena en tantas mujeres, como si les devolviera una voz que durante mucho tiempo estuvo silenciada.
Cada testimonio recibido es una semilla de transformación. Saber que este libro ha encendido algo en otras mujeres —una emoción, una pregunta, una reconciliación consigo mismas— es, sin duda, el regalo más poderoso que podía recibir.

- En tu camino como autora, ¿qué libros, autoras o lecturas te han inspirado a hablar desde un lugar tan íntimo y transformador?
He tenido etapas muy distintas como lectora, y mis elecciones han ido cambiando según el momento vital que atravesaba. Aun así, hay libros que siempre llevaré conmigo, no solo por su calidad literaria, sino por lo que despertaron en mí. Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë, es una de mis historias favoritas; su intensidad emocional y esa manera de retratar lo humano me marcaron profundamente. También me cautivaron Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos, y La dama de blanco, de Wilkie Collins. Ambas novelas epistolares me envolvieron por su intriga, profundidad psicológica y estilo.
Más adelante, llegó a mis manos Donde el corazón te lleve, de Susanna Tamaro, y lo hizo en el momento justo. Su sencillez y honestidad me tocaron el alma. A partir de ahí, comencé a acercarme más a libros de crecimiento personal, y uno en particular cambió mi vida: Hijos adultos de padres alcohólicos, de Janet G. Woititz. Fue más que una lectura; fue un espejo y un bálsamo. Me ayudó a comprender mi historia, a dar nombre a lo que sentía y a iniciar un proceso profundo de sanación.
También me han acompañado lecturas como El diario de Ana Frank, que me enseñó la fuerza que puede tener la palabra aún en medio del horror. Más recientemente, libros como 10 gritos contra la gordofobia, de Magda Piñeyro; El mito de la belleza, de Naomi Wolf; los versos de Rupi Kaur; y autoras como Silvia Congost o Elisabeth Clapés, han resonado con mi propio proceso de reconstrucción.
Por último, no puedo dejar de mencionar El síndrome de la mujer maltratada, de Lenore E. Walker, una obra imprescindible que puso palabras a muchas vivencias que durante años no supe cómo nombrar. Todas estas autoras me han inspirado a hablar desde un lugar real, íntimo y transformador, porque en sus voces encontré verdad, coraje y, sobre todo, una guía para dar forma a la mía.
- Si te encontraras hoy con la Nieves adolescente que odiaba su cuerpo, ¿qué le dirías? ¿Y qué le regalarías: un libro, una carta, una frase…?
Si me encontrara hoy con la Nieves adolescente que odiaba su cuerpo, la abrazaría largo. Sin prisa. Sin palabras al principio. Solo ese gesto: un abrazo cálido, incondicional.
Después, le miraría a los ojos, con todo el cariño que he aprendido a tenerme, y le diría:
“No tienes que cambiar para merecer amor. Está bien ser como eres. Tu cuerpo no es el enemigo.
Lo que duele es la falta de comprensión, de cuidados, de palabras que nunca llegaron. Y eso no es culpa tuya.”
Haríamos una pausa. Le daría tiempo para respirar. Y entonces añadiría:
“Sé lo perdida que te sientes. Sé lo mucho que deseas encajar. Pero también sé que en ti hay una luz que aún no conoces.”
Le regalaría una carta escrita a mano, con olor a esperanza, doblada dentro de un libro que aún no había leído: El Cuerpo que Amo.
Le diría:
“Guárdalo como un tesoro. No lo entenderás todo ahora, pero un día este libro lo escribirás tú, y no solo te rescatará… también será faro para muchas otras.”
Y al final, antes de despedirme, le susurraría una frase que hoy guía mi camino:
“Tu cuerpo merece ser amado. Y tú también.”
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