• Tu carrera literaria abarca tanto la poesía como la narrativa. ¿Cómo ha sido ese viaje entre ambos géneros? ¿Sientes que uno influye en el otro a la hora de escribir?

Comencé escribiendo poesía de muy niña, género que no he abandonado jamás. Más tarde me aventuré con microrrelatos (muchos colgados en mi blog personal) y relatos. Siento que para llegar a la novela necesité todo ese rodaje. La poesía me aportó la firmeza, el pulso literario, la concentración, la mirada al detalle, el ritmo y la elaboración de lo complejo de forma sencilla. Mi narrativa, a decir de mis lectores, es rápida, amena y con una expresión que no está reñida con la visión poética de la vida. 

Un poema es un mundo íntegro, un estertor. Una novela, un mundo pleno y dilatado. Uno y otro buscan la identificación con sus lectores. Ambos completos, con lo que no me refiero a totales, no se puede poner puertas al campo que es la vida, sino a que en sí mismos, poema y novela, transmiten por entero una emoción equis o toda una historia de entre las infinitas que hay.

  • Tus novelas están marcadas por una fuerte exploración psicológica de los personajes y el peso del pasado. ¿De dónde surge ese interés por la complejidad emocional y los secretos que ocultan las personas?

Como bien saben los terapeutas y opinaba Ernest Hemingway, los humanos somos icebergs. Y si en ellos el 89% está bajo el agua, en nosotros está nuestra esencia bajo siete llaves: el pudor, la culpa, la ira, la tristeza, el miedo, el peso del pasado o del presente o del futuro, la vergüenza… Mostramos nuestra mejor cara y ocultamos heridas y carencias. Cada yo no solo se nutre de sus circunstancias sino también de las de muchos otros seres de su entorno que, con sus acciones o inacciones, dejan huellas imborrables en él. «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo», asegura un proverbio chino y es verdad que todo lo que hacemos, o no, causa un efecto en las personas con las que convivimos, o simplemente nos rozamos, que provoca otros tantos efectos que… Un bucle, vamos. Se lee meridiano en La visita del inspectorde J. B. Priestley. Nadie “suicida” a nadie, pero muchos contribuyen a poner en sus manos, la pistola, el veneno o la soga. Ninguna acción es inocente, ni siquiera las que cometen personas inocentes. En ese sentido, no podía construir una ficción en que la complejidad psicológica, las heridas emocionales, los desapegos, las herencias psíquicas… no fueran parte integrante de ella. No sabría y no querría.

  • La trilogía de ‘El gato que ladra’ nos sumerge en un universo donde cada historia se conecta con la siguiente. ¿Cómo fue el proceso de construcción de este mundo narrativo? ¿Lo concebiste como una trilogía desde el principio?

No, para nada pensé en un principio en una trilogía. Escribí la primera, la que da nombre a la trilogía, en 2017, y anduve retocándola, reduciéndola, revisándola hasta 2020. La íbamos a presentar en abril y la pandemia nos lo impidió. Mientras tanto, quedé finalista en un concurso con El camarero de El gato que ladra (terminada en 2019), y esta sí la publiqué con la editorial Alféizar en 2020. Ese mismo año edité tres poemarios en un solo volumen (Colección de flores raras. Las noches y los días. E Itinerario: Biblioteca), así que, de acuerdo con mi editor (Juglar), pospusimos la edición de El gato que ladra hasta 2022. El dueño del bar, redactada en 2020, la publicamos en 2024, poco después de mi último poemario, En la frontera, y de un calendario aforístico de 2024 titulado Tempus fugit (ambos de 2023). Así que, si la creación fue bastante ordenada, la publicación tuvo sus contratiempos y sus tiempos de espera. 

La sutura que las une es el escenario, un bar que se llama El gato que ladra. Luego, hay personajes que aparecen y desaparecen de unas a otras y, aunque son de lectura totalmente independiente, creo que ganan si se leen por orden de creación. En la segunda ‒cuyo protagonista curioso, entrometido y osado asomaba sus narices en la primera y tienen bastante peso en la tercera‒, hay una subtrama que concierne a los personajes principales de la anterior. En El dueño del bar (personaje latente en un primer momento y muy valioso como ayudante del camarero), reaparece Víctor, uno de los amigos de aquella pandilla de jóvenes de la primera novela, para hacer de contrapeso en la investigación que el dueño se propone.

Conforme iba creando las novelas, algunos personajes reaparecían con más fuerza o se mantenían en el sustrato narrativo y otros se difuminaban (Eduardo, el profesor antagonista de la primera; Z, una de las prostitutas de la segunda, que traía loco a Samu, el camarero; casi toda la pandilla de jóvenes con que se inicia la trilogía). El eje es el bar. Y ahí recalan los parroquianos y personajes fundamentales, aparte de ser el modo de vida del camarero y del dueño.

Elena Camacho Rozas posando para Queleer.es
  • En ‘El dueño del bar’, el protagonista lidia con la culpa y la redención. ¿Crees que todos llevamos secretos que, en algún momento, sentimos la necesidad de enfrentar?

Por supuesto. En una presentación hice esa misma pregunta: “¿Alguno aquí carece de secretos?” Un silencio sepulcral seguido de una risa unánime, la callada por respuesta. Habrá quienes tengan más y quienes menos. Habrá secretos deplorables, injuriosos, vergonzantes, piadosos. Los habrá malos y buenos. Porque también se miente o se oculta para no hacer daño. Pero todos tenemos. El problema se produce cuando perjudica más a su dueño mantener el secreto que desvelarlo, cuando el secreto hiede (y lo pillan) o hiere, cuando nos pide una liberación sin la que estamos perdidos y no somos capaces de abrirnos. Porque hay secretos salvadores y secretos que atenazan como prisiones invisibles. En mayor o menor grado, aunque solo sea algo que ocultamos por vergüenza y sin mayor trascendencia o maldad, todos ocultamos una parcelita ante los ojos delatores de los demás, estoy segura.

  • Tu formación en Filología Hispánica y tu investigación sobre el lenguaje no verbal en la literatura sugieren un gran interés por los detalles ocultos en la comunicación. ¿Cómo aplicas este conocimiento a la hora de dar vida a tus personajes?

La lectura es primordial. Lo que antes otros escribieron es un molde que ayuda a seguir su trazo. Lo que no es tradición es plagio, argumentaba Eugenio D´Ors; pero también hemos oído eso de traduttore traditore. Y es que cada uno añade su propia idiosincrasia y cosmovisión, de ahí la dificultad de escribir intentando ser originales pero comunicativos (no me gusta la literatura hermética que solo entienden cuatro iniciados), de respetar a los clásicos y ser novedoso.

Por otra parte, el cuerpo nunca está en silencio. Continuamente aporta emociones, muestra rasgos de estrés, ira, sosiego, asco, miedo, sorpresa, felicidad… y sus infinitos matices. Por eso deducimos y reflejamos en nuestras conversaciones sensaciones de vacío, de fidelidad, de comprensión o no, de aversión… aunque permanezcamos mudos. Los intuitivos tal vez sean los maestros en desvelarlas, como los perfiladores del FBI en reconocer delincuentes. El gesto, la entonación, la postura, el sudor, etc. redundan en lo que dicen las palabras o las complementan o, al revés, las contradicen y agregan informaciones que se pretendía ocultar. El comportamiento no verbal es un caldo de cultivo para describir y ahondar en los personajes con todo lujo de detalles y borrando las imprecisiones, los desarrolla. Donde no llegan las palabras, llega la conducta no verbal, como afirman los estudios al respecto, ya que al menos el 65% de lo que desciframos nos asalta por esos cauces. De ahí que famosos y políticos apuesten por asesores de imagen y no, simplemente, para realzar su aspecto con el peinado y la indumentaria adecuados, sino con el fin de que les aconsejen gestos (recordemos que venden y convencen más si son simétricos, sincrónicos, abiertos y no defensivos) y otras conductas no verbales. 

El gato que ladra. Obra de la autora.
  • Has publicado desde 2006 y has sido finalista en varios certámenes. Con toda tu experiencia en el mundo editorial, ¿qué consejo le darías a quienes sueñan con ver su libro publicado?

Que si creen en sí mismos no desistan. Que esto es una carrera de fondo y ni por esas se está seguro de alcanzar la meta; pero si te llena escribir, aunque te lean cuatro, merecerá la pena. Y que escriban sin parar, harán callo y mejorarán su estilo y su calidad. Por supuesto, que lean mucho y, también, que asistan a presentaciones, conferencias, coloquios…  Que participen en concursos, sobre todo aquellos en los que prometen la publicación del ganador, y que se atrevan a enviar sus manuscritos (previamente registrados) a editoriales tradicionales por si hubiera suerte. Si no se consigue con eso, siempre existe la autoedición (en imprenta o en editoriales que cobran por ello, claro). En este caso la promoción y las ventas dependen casi exclusivamente del escritor, que puede hacerse publicidad en sus redes y valerse de bibliotecas, ateneos o librerías que le permitan presentar allí su obra. Hay librerías que aceptan libros en depósito, aunque sin márquetin es difícil adquirir visibilidad. También está Amazon, que llega a cualquier rincón y de forma gratuita, pero resulta muy complicado luchar contra la marea de libros que se publican (solo en España 250 al día) y esos algoritmos que, para los profanos, suenan a magia negra. Conseguir reseñas en blogs y revistas es un plus. Y es necesario aceptar de buen grado las críticas que enseñan, sin dejarse seducir por los falsos halagos.

  • ¿Cuáles son esos libros y autores que han marcado tu trayectoria como escritora? Si tuvieras que recomendar una lectura imprescindible, ¿cuál sería y por qué?

En mi poemario Itinerario:Biblioteca, reflejé algunos de ellos. Pero no soy de las que tiene un libro de cabecera que lee mil veces. Me gustan muchos. Algunos de mis poetas preferidos son Salinas, Miguel Hernández, Cernuda, Paca Aguirre, J. Ángel Buesa… Mis dramaturgos imprescindibles son todos los clásicos grecolatinos (Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Plauto…), Shakespeare, Lorca y Buero Vallejo. Entre mis novelistas, los realistas rusos y españoles y muchos contemporáneos: Javier Marías, J. J. Millás, Foenkinos… Pero tengo la sensación de que traiciono a muchos otros posibles. No me gusta escoger, renunciar.

Libros que me marcaron y siguen ahí se me ocurren ahora: Edipo Rey, Lisistrata, El rey Lear. Libros que me han encantado últimamente: El infinito en un junco de Irene Vallejo, Imposible de Erri di Luca, La paciente silenciosa de Alex Michaelides, Una cocina a prueba de ratones de Saira Shah, Los siguientes de Pedro Simon, Rewind de Juan Tallon, El tiempo de las moscas de Claudia Piñeiro…. Pero me preguntas mañana y seguro que me vienen otros a la cabeza.

El camarero de el gato que ladra. Obra de Elena Camacho Rozas.
  • Por último, ¿qué podemos esperar de tus próximos proyectos? ¿Seguirás explorando el universo de ‘El gato que ladra’ o te embarcarás en nuevas historias?

Hay quienes me han pedido que siga con la historia de algunos de los personajes de esta trilogía, como es Z, la prostituta siempre vestida de blanco y de ojos infinitamente azules de El camarero de El gato que ladra. ¿Retomaré alguno? No lo sé. Tal vez decida un día que personajes ya trazados requieran más exploración y expanda este universo que hoy doy por agotado. 

Sí tengo nuevos proyectos; entre otros, tres novelas empezadas con distinto grado de desarrollo. Ojalá lleguen a buen puerto. En una sí reaparece uno de los personajes de El gato que ladra, pero no el escenario, con lo que sería totalmente autónoma. Las otras dos no guardan ninguna relación. Prefiero no entrar en detalles hasta ver si se materializan o se quedan durmiendo el sueño de los justos en mi ordenador.

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